Hablar de algo que no se conoció conlleva un riesgo. En 1962 nacimos unas doscientas personas en Villarrubia de los Ojos y, partiendo de documentos de todo tipo y de recuerdos ajenos, más los propios de unos años después, sí podemos, de alguna manera, describir nuestro pueblo que, en términos generales, a buen seguro, coincide con el de otros tantos de España, salvando las diferencias concretas.
Si empezamos por la demografía contamos con unas cifras aproximadas, en tanto podamos acceder a información exacta y fidedigna. Así, se trata de un período marcado por una elevada tasa de natalidad y una mortinatalidad muy baja comparada con las décadas precedentes. A este período se le suele denominar como el del "baby boom" o de explosión demográfica.
Para hacernos una idea, el año pasado nacieron en Villarrubia de los Ojos unas sesenta o setenta personas (datos por confirmar) mientras que en 1962 nacimos unas doscientas.
El casco urbano era mucho menor que el actual. Hay varios trabajos publicados que ofrecen una información muy valiosa al respecto. Por ejemplo, un artículo bastante amplio de Antonio Millán en la revista "Desde el árbol gordo" nos da una visión muy detallada.
El pueblo, es decir, el casco urbano, llegaba por la carretera de Urda hasta el número ...y después, ya en un descampado, se encontraba la fábrica de gaseosas de La Revoltosa. Seguimos hacia el este y esas calles que hoy siguen y llegan ya casi hasta el PAU...eran más cortas. Por el paseo del Cordón, en el lado izquierdo según se sale del pueblo, el último edificio era el de las casas baratas. Ya después se encontraba el campo, con los dos puentes.
Al lado derecho, lo que hoy es la Avenida del Caz no existía y era un arroyo, el Caz (pronunciado en villarrubiero como /kah/. Apenas unas cuantas casas y corrales salían perpendiculares a este Paseo. Mucha extensión ocupaba en esa parte del Este lo que se llamaba "La Cerca" y que se fue urbanizando poco a poco. La calle (o callejón) de la Dorada estaba cerrada, y solía recibir el nombre de "la callejuela".
Más al sur estaba la calle Santa Ana, que solíamos pronunciar como /santana/, y al final de las casas y corrales, ya en la parte más alta, se encontraban las eras, las eras de "Santana". Unas cuantas calles subparalelas se dirigían hacia el sur, Verde, Juan Bayo, Convento.
El carreterín de Arenas empezaba en la Bodega del Cura y el puente que allí había. En ese punto se encontraba el Riato, un lugar un tanto marginal, que recorría algunos grandes cercados que, a su vez, daban a la parte trasera de algunas de las grandes bodegas del pueblo. Ese arroyo se encontraba festoneado en un tramo por una gran alameda.
El carreterín de Arenas empezaba en la Bodega del Cura y el puente que allí había. En ese punto se encontraba el Riato, un lugar un tanto marginal, que recorría algunos grandes cercados que, a su vez, daban a la parte trasera de algunas de las grandes bodegas del pueblo. Ese arroyo se encontraba festoneado en un tramo por una gran alameda.
Ya abierta a la vega estaba la calle Grande, cuyo último tramo era muy, muy parecido al actual, con bodegas de las más grandes del pueblo, algunas en pie. Si exceptuamos el tanatorio, Villarrubia de los Ojos era prácticamente igual por esa entrada desde Daimiel.
La Avenida de la Virgen era otra de las calles más largas del pueblo y llegaba hasta la calle Xarrié y la carretera de Fuente el Fresno.
Xarrié tampoco ha experimentado grandes cambios en cuanto a longitud. En el tramo de la Avenida de la Virgen entre la calle Grande y Xarrié se encontraba una de las tres cooperativas de Villarrubia de los Ojos, La Labradora, que había sido fundada en 1954 y que fue unificada junto con La Manchega y El Progreso, en 1968 (dato por confirmar). Un poco antes de esta gran bodega, de la que quedan algunas buenas fotografías y algunos documentos muy interesantes, se construyó el Instituto de las Madres Dominicas, ya en tiempos muy recientes.
La Avenida de la Virgen, al llegar a la Cooperativa El Progreso, fundada en 1917, giraba 90 grados justo en la que se llamaba Bodega de Santa Teresa, que pasó en nuestra infancia a las manos del industrial y afamado empresario Barreiros. Seguía la avenida -camino de tierra- hacia la Hontanilla y la carretera de Fuente el Fresno y camino de Malagón, habiendo dejado antes el de Ciudad Real. En esos años eran pequeños plantíos, huertas y tierras de cereal las que se arrimaban hasta el casco urbano.
Desde la Hontanilla, abrevadero para el ganado y fuente de agua dulce, hasta el cuartel de la Guardia Civil no había nada construido. Apenas unos dos o tres corrales enfrente que provocaban el fenómeno del eco con sus jalbegadas tapias.
El Cuartel de la Guardia Civil era la última edificación del pueblo en la Avenida de Cristo Rey por el lado izquierdo, según se sale del casco urbano en sentido Oeste. Se construyó en esos primeros años de los sesenta y suponía una construcción grande y moderna para aquellas fechas. El colegio Rufino Blanco, "Colegio Nacional Mixto Rufino Blanco", ya en las eras del Cristo, lo vimos construir en los últimos años sesenta y fuimos de las primeras generaciones que lo estrenamos, con la reciente Ley de Educación de Villar Palasí, la famosa, criticada e incomprendida por muchas personas "EGB" (Educación General Básica).
Un poco más adelante subía hacia la sierra la calle Churruca y, en su primera bocacalle, en nuestra infancia, se abrió la actual Avenida del Carmen, por lo que llamábamos "Los Huertos", una ampliación del casco urbano que fue durante años escenario de nuestros juegos y correrías. Más al norte estaban los Huertos o "Los Huertos de Palacio" otros terrenos que vimos cómo fueron transformándose en corrales, calles y parque.
Por la calle Serafín Romeu se subía hasta el lavadero, que pronto cerró sus puertas. Al fondo había unas escuelas y casas de maestros y maestras. Varias calles subían paralelas hacia la sierra.
Son muchas las calles que no se nombran pero con este rápido recorrido circular nos podemos hacer una idea y ser el inicio de buenos -o no tan buenos- recuerdos.
La economía de Villarrubia de los Ojos estaba experimentando cambios muy considerables...El cereal presentaba precios muy altos, pero muy pronto cayeron. El viñedo parecía la solución a la llamada trilogía mediterránea. El olivar villarrubiero, mayoritariamente asentado en terrenos arcillosos y cuarcíticos de las faldas de las sierras, vivía un claro retroceso, con el arranque de cientos y cientos de olivas, aquejadas del barrenillo. Eran los olivares más cercanos a casco urbano los que fueron sustituidos por nuevos plantíos de parras.
Las eras seguían teniendo una gran actividad al llegar la siega pero ya había cosechadoras y aventadoras y además, nuevos cultivos venían a cambiarlo todo. Por ejemplo, la alfalfa de regadío era la gran revelación, con varias cosechas o cortes al año, gran trabajo y un consumo de agua inusitado. Además llegó el maíz también de regadío, y la remolacha azucarera, los melones, las sandías y el riego por aspersión generalizado.
Los efectos de tanto riego no se hicieron esperar. Un crecimiento económico muy importante, una progresiva mecanización pero, a la vez, un descenso generalizado de los niveles de las aguas subterráneas, así como un deterioro ambiental muy considerable y el aumento de problemas de salud socio-profesionales, factor que no se suele tener en cuenta.
Dónde había un pozo de noria con una pequeña huerta ahora había un agujero seco y un plantío que recibía varios riegos por año.
El río Gigüela había sido, por fin, encauzado. Sus amplias llanuras de inundación, impresionantes, por cierto, se convirtieron en nuevas tierras de cultivo. El río dejó de serlo, al menos como se había conocido hasta entonces. Muchos terrenos muy fértiles dejaron también de serlo, su régimen natural estaba totalmente alterado y, para colmo, la contaminación de alcantarillados y algunas fábricas, bodegas y almazaras, hacían estragos.
Mientras tanto, la sierra vivía igualmente un proceso de transformación curioso. La vegetación se iba recuperando dado que ya no era necesaria la extracción masiva de leña. Paralelamente, la inmensa mayoría de grandes fincas se iban vallando con fines cinegéticos.
Los caminos eran de tierra y, llegadas las lluvias, muy abundantes en aquel decenio, intransitables. Los arroyos cruzaban los caminos ya que no había más puentes que los del río Gigüela, los de las carreteras, los de la Madre Chica y los de la salida por el Cordón. Pero, llegado el verano, dónde había socavones de barro ahora había una capa de polvo muy fino de varios centímetros de grosor. Las carreteras eran mucho más estrechas que las actuales, y aunque coincidía su trazado, tenían más curvas, que se han venido rectificando.
Un fenómeno muy importante surgió de forma un tanto imprecisa en los años sesenta y fue el del desplazamiento de trabajadores de la construcción a Madrid. Inicialmente iban para toda la semana. Después, empezaron a ir y venir a diario. Son las denominadas migraciones pendulares o de golondrina. Los llamados "autobuses de los obreros" supusieron un gran cambio en Villarrubia de los Ojos, con una mejora muy sustancial de la economía, a costa del gran esfuerzo realizado por más de mil personas (dependiendo de las décadas había más o menos, pero es una cifra aproximada). En ocasiones eran 18 o 20 los autobuses de trabajadores los que se desplazaban a Madrid (inicialmente se trataba de autocares de 60 plazas en las que, a veces, viajábamos más personas, de pie y sentados en "trasportines", pequeñas sillas plegables.). En un gran número de casos esos trabajadores durante los fines de semana llevaban a cabo faenas agrícolas o de construcción, por ejemplo en la construcción de casas o corrales, tan abundantes en nuestro pueblo.
Continuará...
Por la calle Serafín Romeu se subía hasta el lavadero, que pronto cerró sus puertas. Al fondo había unas escuelas y casas de maestros y maestras. Varias calles subían paralelas hacia la sierra.
Son muchas las calles que no se nombran pero con este rápido recorrido circular nos podemos hacer una idea y ser el inicio de buenos -o no tan buenos- recuerdos.
La economía de Villarrubia de los Ojos estaba experimentando cambios muy considerables...El cereal presentaba precios muy altos, pero muy pronto cayeron. El viñedo parecía la solución a la llamada trilogía mediterránea. El olivar villarrubiero, mayoritariamente asentado en terrenos arcillosos y cuarcíticos de las faldas de las sierras, vivía un claro retroceso, con el arranque de cientos y cientos de olivas, aquejadas del barrenillo. Eran los olivares más cercanos a casco urbano los que fueron sustituidos por nuevos plantíos de parras.
Las eras seguían teniendo una gran actividad al llegar la siega pero ya había cosechadoras y aventadoras y además, nuevos cultivos venían a cambiarlo todo. Por ejemplo, la alfalfa de regadío era la gran revelación, con varias cosechas o cortes al año, gran trabajo y un consumo de agua inusitado. Además llegó el maíz también de regadío, y la remolacha azucarera, los melones, las sandías y el riego por aspersión generalizado.
Los efectos de tanto riego no se hicieron esperar. Un crecimiento económico muy importante, una progresiva mecanización pero, a la vez, un descenso generalizado de los niveles de las aguas subterráneas, así como un deterioro ambiental muy considerable y el aumento de problemas de salud socio-profesionales, factor que no se suele tener en cuenta.
Dónde había un pozo de noria con una pequeña huerta ahora había un agujero seco y un plantío que recibía varios riegos por año.
El río Gigüela había sido, por fin, encauzado. Sus amplias llanuras de inundación, impresionantes, por cierto, se convirtieron en nuevas tierras de cultivo. El río dejó de serlo, al menos como se había conocido hasta entonces. Muchos terrenos muy fértiles dejaron también de serlo, su régimen natural estaba totalmente alterado y, para colmo, la contaminación de alcantarillados y algunas fábricas, bodegas y almazaras, hacían estragos.
Mientras tanto, la sierra vivía igualmente un proceso de transformación curioso. La vegetación se iba recuperando dado que ya no era necesaria la extracción masiva de leña. Paralelamente, la inmensa mayoría de grandes fincas se iban vallando con fines cinegéticos.
Los caminos eran de tierra y, llegadas las lluvias, muy abundantes en aquel decenio, intransitables. Los arroyos cruzaban los caminos ya que no había más puentes que los del río Gigüela, los de las carreteras, los de la Madre Chica y los de la salida por el Cordón. Pero, llegado el verano, dónde había socavones de barro ahora había una capa de polvo muy fino de varios centímetros de grosor. Las carreteras eran mucho más estrechas que las actuales, y aunque coincidía su trazado, tenían más curvas, que se han venido rectificando.
Un fenómeno muy importante surgió de forma un tanto imprecisa en los años sesenta y fue el del desplazamiento de trabajadores de la construcción a Madrid. Inicialmente iban para toda la semana. Después, empezaron a ir y venir a diario. Son las denominadas migraciones pendulares o de golondrina. Los llamados "autobuses de los obreros" supusieron un gran cambio en Villarrubia de los Ojos, con una mejora muy sustancial de la economía, a costa del gran esfuerzo realizado por más de mil personas (dependiendo de las décadas había más o menos, pero es una cifra aproximada). En ocasiones eran 18 o 20 los autobuses de trabajadores los que se desplazaban a Madrid (inicialmente se trataba de autocares de 60 plazas en las que, a veces, viajábamos más personas, de pie y sentados en "trasportines", pequeñas sillas plegables.). En un gran número de casos esos trabajadores durante los fines de semana llevaban a cabo faenas agrícolas o de construcción, por ejemplo en la construcción de casas o corrales, tan abundantes en nuestro pueblo.
Continuará...